En la poesía y en la locura
hay un mismo soplo.
JACOBO FIJMAN
EL POETA Y EL MANICOMIO / Daniel Grozo
…Dahlmann empuña con
firmeza el cuchillo,
que acaso no sabrá
manejar, y sale
a la llanura.
J.L.B. (El Sur, 1953)
I
Otra vez el hastío cae
y se derrama por el manicomio
Hoy le han dado el
alta a varios internos
a otros
salidas transitorias
Procuramos huir del hastío
como hacemos con la muerte
Abro un libro de Mujica
enorme poeta local
Leo
“la muerte siembra”
¿El hastío hará lo propio?
El hastío cae y se derrama
por el manicomio
Pensaba que no
pero sigo buscando
al padre que es
hijo de sí mismo
Siembra tiempo y
cosecharás temporales
La tarde se detiene y
los pocos internos
yacientes en el patio
no ofrecen resistencia al sol
sí la a la soledad
La tarde se detiene
pero igual se escucha
lo mismo de siempre
las tres frases más repetidas
uno ¿Tenés un pucho?
dos Me quiero ir
tres ¿Qué hay de comer?
en ese orden
Todas ellas inspiradas
por el enemigo más poderoso
a su vez inspirado quizás
por el hastío
La ansiedad
II
Otra vez la ansiedad cae
y se derrama por el manicomio
¿Tenés un pucho?
No, viejo. No fumo.
Pertenezco al diez por ciento
de los internos despreocupados
por el vicio del humo.
Mis órganos respiratorios
están bien. Mis problemas mentales
se alojan principalmente en
la espalda y en los dientes.
Hace años hallaron abrigo
en esos lugares y
todos los días me lo recuerdan.
Somos como el signo de Saussure.
Lo material y lo inmaterial,
dos caras de la misma moneda
que gira sobre la mesa hasta que cae.
Cae la ansiedad y
se derrama por el manicomio.
Me quiero ir.
No. En verdad, no.
El vértigo escala por mis piernas.
Un interno dijo al pasar:
“A lo único que hay que temer
es al miedo.”
Le pedí que lo repita:
“A lo único que hay
que temer es al miedo.”
El vértigo escala por mis piernas.
La tarde se detiene.
Hay mucha violencia en mí.
La ansiedad se derrama por el manicomio.
¿Qué hay de comer?
No sé pero ya está el agua para el mate.
Pertenezco al noventa por ciento
de los internos que toma un
número infinito de verdes por día
como si aquello fuera garantía
en la lucha contra el hastío
o contra la muerte.
No creo que se pueda luchar contra ambos.
Muerte o Hastío. Usted elije.
El hastío demora el tiempo, ergo,
atrasa la muerte. Usted dirá.
Elijo muerte, creo, por eso estoy aquí.
La tarde se detiene y hay mucha violencia en mí.
III
Cae la violencia y
se derrama por el manicomio.
Pienso en Foucault,
en el negocio de la salud.
Pienso en Nietzsche y en Pizarnik.
La violencia se derrama por el manicomio.
Busco y encuentro El Sur de Borges.
Busqué y no encontré un arma y mi honor.
Me siento Dahlmann.
Hace una semana que me siento Dahlmann.
La tarde se detiene,
vence el hastío, la muerte se demora.
Sin embargo no reniego de esta reclusión.
Acaso me cuesta aceptar
mi destino sudamericano. …
*
CANCIÓN / Raúl Gómez Jattin
Sugerido por Julián Berenguel
La locura espanta el tedio
como el viento espanta nubes
Ven oh sagrada locura
y embriágame en el reino de tu Fantasía
*
PAREDES ALTAS / Hugo Gola
Sugerido Por Iván García
Donde ahora están las Torres de Mixcoac
hubo en otro tiempo un manicomio…
Paredes altas
rejas reforzadas
puertas de hierro
cerrojos y cerrojos
quedan entonces
unos ligustros
retorcido
y sin hojas
al borde de la muerte
las altas casuarinas
que silban en el viento
polvo de entonces
ligeros pozos quedan
algo también
de la demencia
recorre estos espacios
en las tardes
vacías
del domingo
revolotea
una sombra
incierta
por la plaza banca
y por las torres
construidas junto a
los mismos árboles
persiste
el aire vacilante
La mañana
sin tiempo
las noches blancas
sin sueño
la rabia obstinada
bailando
como un trompo
Con un bastón
golpea el piso
con un palillo
dibuja
sobre el agua
con un trozo
de papel
que arruga y circunda
con las manos
construye barcos
Por momentos
salta del aire
al cielo
pierde su peso
por momentos
el rostro
opaco
se vuelve llamarada
Cuando el sol
cae
en la tardes
del domingo
cuando revolotea
sobre las altas
copas
la sombra
se empoza
en el corazón
hay desparpajo de muerte
estéril sequedad
sin música
ni aureola
una arbolada
deshilachada
construye planos
superpuestos
ojos
vacíos
superpuestos
de sombras
contra la claridad
planos cortados
filos de planos
planos ubicuos
tejen las alas
del alma y de la tierra
sumergida al fin
en el ambiguo torbellino
yace la vida perturbada
una mancha de sombra
en la claridad
una mancha sin causa
erguida de pronto
entre los pastos
en medo de la luz
instaura la vieja turbulencia
fractura la tarde
deshilachada antiguos muros
rememora la demencia
Los hombres
no soportan
tanta irrealidad
tantos ojos extraviados
sobre los vidrios
frágiles
y ¡ay!
transparentes
Fue demolida
la piedra
roída
del escándalo
el aire
sube
y baja
el tiempo teje manchas
y osadías
qué es esa destrucción
piedra que cae
pétalo abierto
hoja deshojada
de su tallo
que apenas vuela
el insomnio
y el miedo
este ladrillo rojo
y corroído
esta cruz
aire y luz
en la explanada
de la plaza
el desvarío
las puertas están abiertas
te asomas
la pena
suelta
de un alma en pena
deambula por la sombra
sale
y sube
y anda
la pena de un alma
es el sonámbulo
del día y de la noche
Sobre los viejos ligustros
deshilachados
queda un rastro
sobre los pozos ligeros
hay señales de una
antigua turbulencia
un alma extraviada
se agita
sobre las hebras
del sol
de este lado
sobre las torres
de ahora
navega la demencia
*
RECADOS / Jorge Arrizabalaga
Sugerido por María Canale
Díganles a los malos que los quise mucho.
Díganles a los buenos que no les creí.
A los aventurados, las bienaventuranzas.
A los afortunados, bah, no les digan nada.
Díganles a los chicos que el tío barbudo les dice
Que crezcan no más lo indispensable de lo indispensable.
A Freud y sus sabuesos díganles
Que el hombre una vez más se les escapa.
A la noche, que puede hacer la cama.
A la distancia… que ya estoy muy cerca.
Desde luego, a los poetas,
Por los sucedáneos de la miel que se inventaron
Díganles que gracias, díganles que besos.
A Marta, y a todos, que no me arrepiento.
Díganle al sol que siga manteniendo
Esas, sus tan sanas costumbres.
Y díganle a la vida
Que no se alarme,
Que ya vuelvo.
*
CANTO DEL CISNE / Jacobo Fijman
Sugerido por Valeria Cervero
.
Demencia:
el camino más alto y más desierto.
Oficio de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes
afónicas lamentaciones.
Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.
Se erizan los cabellos del espanto.
La mucha luz alaba su inocencia.
El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro.
Cuerdas de los silencios más eternos.
Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.
¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?
Se acerca Dios en pilchas de loquero
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.
¡Piedad!
*
SILBANDO BAJITO ANDO / Marisa Wagner
Sugerido por Vale Berman
Silbando bajito ando.
Me construyo un girasol
-es decir me lo dibujo –
Y lo pego en la pared desnuda y grisácea del hospicio.
Después le pongo yerba al mate
y me voy a pasear por mis recuerdos.
Había una mamá, allá en mi infancia,
que trenzaba mi rubia cabellera,
que me ponía moños primorosos
y vestiditos con puntillas.
– Mamá no vino a verme nunca
ahora que estoy en el hospicio-
¡Como me gustaría que me trenzara el pelo!
Estoy aburrida de ser grande y estar sola.
A veces, hasta me aburro de estar loca
Y juego a la lucidez, por algún rato.
Mientras me cebo otro amargo
que aseguro-ayuda- a soportar la realidad,
los abandonos,
los etcéteras.
Me construyo otro girasol
-es decir me lo dibujoy lo pego en las paredes del hospicio.
(Ya casi tengo un girasolar completo)
31 de agosto de 1997
*
CONFIRMACIÓN / Julia Pantotis
Sugerido por Daniela Pacilio
Para confirmarnos que no hemos desaparecido
debemos tocarnos el rostro con la mano,
y luego el cuerpo si no es necesario.
También el pensamiento es materia
hay que tocar esa gota misteriosa
y luego de estar conformes con el tacto
comenzar de nuevo como si recién hubiésemos nacido
*
LA VIDA ALBOROZADA / Friedrich Hölderlin
Sugerido por Guillermo Saavedra
Cuando a la pradera llego,
a través de estos campos,
bueno y pacífico me siento,
invulnerable a los espinos.
Mi ropa ondea en el viento,
y el alegre espíritu busca
su fondo, hasta
que hallado lo celebra.
Oh dulce cuadro,
bajo los verdes árboles,
que mi paso detiene
como el letrero de una taberna.
La paz de los tranquilos días
me parece decididamente excelsa,
pero no preguntes nada,
pues yo he de decírtelo.
Hacia el hermoso arroyo
afanosamente busco una alegre senda,
hasta que a mis ojos muestra
su serpentear por la salvaje ribera,
el pequeño puente que airoso lo cruza
y que al bello bosque asciende;
donde el viento agita el puente,
alzo la vista, alborozado.
En lo alto de la colina
algunas tardes a reposar me siento,
mientras el viento alrededor de las cumbres silba
y suenan las campanas en la torre,
la contemplación trae la paz a mi corazón
que unido queda a esa imagen,
aliviando sus dolores
más allá de la razón.
¡Paisaje amado! por cuyo centro
pasa el camino, tan llano,
y sobre él la pálida luna se eleva
cuando el viento del anochecer comienza,
donde más sencilla es la Naturaleza
y más grandiosas las montañas,
a mi hogar regreso, pleno,
en busca del dorado vino.
*
EXTRACCIÓN DE LA PIEDRA DE LA LOCURA / Alejandra Pizarnik
Sugerido por Adriana Brizuela
Elles, les âmes (…), sont malades et elles souffrent et nul ne leur porte remède; elles sont blessées et brisés et nul ne les panse.
Ruysbroeck
La luz mala se ha avecinado y nada es cierto. Y si pienso en todo lo que leí acerca del espíritu… Cerré los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas vecindades. No temas, nada te sobrevendrá, ya no hay violadores de tumbas. El silencio, el silencio siempre, las monedas de oro del sueño.
Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.
Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria. Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. ¿Qué pasa en la verde alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay una alameda. Y ahora juegas a ser esclava para ocultar tu corona ¿otorgada por quién?, ¿quién te a ungido?, ¿quién te ha consagrado? El invisible pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio, has renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tu solo privilegio. En un muro blanco dibujas las alegorías del reposo, y es siempre una reina loca que yace bajo la luna sobre la triste hierba del viejo jardín. Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.
De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque. Parecía el Eclesiastés: busqué en todas mis memorias y nada, nada debajo de la aurora de dedos negros. Mi oficio (también en el sueño lo ejerzo) es conjurar y exorcizar. ¿A qué hora empezó la desgracia? No quiero saber. No quiero más que un silencio para mí y las que fui, un silencio como la pequeña choza que encuentran en el bosque los niños perdidos. Y qué sé yo qué ha de ser mí si nada rima con nada.
Te despeñas. Es el sinfín desesperante, igual y no obstante contrario a la noche de los cuerpos donde apenas un manantial cesa aparece otro que reanuda el fin de las aguas.
Sin el perdón de las aguas no puedo vivir. Sin el mármol final del cielo no puedo morir.
En ti es de noche. Pronto asistirás al animoso encabritarse del animal que eres. Corazón de la noche, habla.
Haberse muerto en quien se era y en quien se amaba, haberse y no haberse dado vuelta como un cielo tormentoso y celeste al mismo tiempo.
Hubiese querido más que esto y a la vez nada.
Va y viene diciéndose solo en solitario vaivén. Un perderse gota a gota el sentido de los días. Señuelos de conceptos. Trampas de vocales. La razón me muestra la salida del escenario donde levantaron una iglesia bajo la lluvia: la mujer-loba deposita a su vástago en el umbral y huye. Hay una luz tristísima de cirios acechados por un soplo maligno. Llora la niña loba. Ningún dormido la oye. Todas las pestes y las plagas para los que duermen en paz.
Esta voz ávida venida de antiguos plañidos. Ingenuamente existes, te disfrazas de pequeña asesina, te das miedo frente al espejo. Hundirme en la tierra y que la tierra se cierre sobre mí. Éxtasis innoble. Tú sabes que te han humillado hasta cuando te mostraban el sol. Tú sabes que nunca sabrás defenderte, que sólo deseas presentarles el trofeo, quiero decir tu cadáver, y que se lo coman y se lo beban.
Las moradas del consuelo, la consagración de la inocencia, la alegría inadjetivable del cuerpo.
Si de pronto una pintura se anima y el niño florentino que miras ardientemente extiende una mano y te invita a permanecer a su lado en la terrible dicha de ser un objeto a mirar y admirar. No (dije), para ser dos hay que ser distintos. Yo estoy fuera del marco pero el modo de ofenderse es el mismo.
Briznas, muñecos sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en mi sueño un carromato de circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un momento antes, con bellísimos atavíos y parches negros en el ojo, los capitanes saltaban de un bergantín a otro como olas, hermosos como soles.
De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora que tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo, no un cofre de piratas, no un tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en movimiento, cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero decir no dicen), y luego está el espacio negro – déjate caer, déjate caer-, umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo de la locura. Comprendo mi miedo a una rebelión de las pequeñas figuras azules y doradas. Alma partida, alma compartida, he vagado y errado tanto para fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar, y no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me encontré haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo momento que el del cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis párpados cerrados.
Sonríe y yo soy una minúscula marioneta rosa con un paraguas celeste yo entro por su sonrisa yo hago mi casita en su lengua yo habito en la palma de su mano cierra sus dedos un polvo dorado un poco de sangre adiós oh adiós.
Como una voz no lejos de la noche arde el fuego más exacto. Sin piel ni huesos andan los animales por el bosque hecho cenizas. Una vez el canto de un solo pájaro te había aproximado al calor más agudo. Mares y diademas, mares y serpientes. Por favor, mira cómo la pequeña calavera de perro suspendida del cielo raso pintado de azul se balancea con hojas secas que tiemblan en torno a ella. Grietas y agujeros en mi persona escapada de un incendio. Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de rodeada de muerte. Y es sin gracia, sin aureola, sin tregua. Y esa voz, esa elegía a una causa primera: un grito, un soplo, un respirar entre dioses. Yo relato mi víspera. ¿Y qué puedes tú? sales de tu guarida y no entiendes. Vuelves a ella y ya no importa entender o no. Vuelves a salir y no entiendes. No hay por donde respirar y tú hablas del soplo de los dioses.
No me hables del sol porque me moriría. Llévame como a una princesita ciega, como cuando lenta y cuidadosamente se hace el otoño en un jardín.
Vendrás a mí con tu voz apenas coloreada por un acento que me hará evocar una puerta abierta, con la sombra de un pájaro de bello nombre, con lo que esa sombra deja en la memoria, con lo que permanece cuando avientan las cenizas de una joven muerta, con los trazos que duran en la hoja después de haber borrado un dibujo que representaba una casa, un árbol, el sol y un animal.
Si no vino es porque no vino. Es como hacer el otoño. Nada esperabas de su venida. Todo lo esperabas. Vida de tu sombra ¿qué quieres? Un transcurrir de fiesta delirante, un lenguaje sin límites, un naufragio en tus propias aguas, oh avara.
Cada hora, cada día, yo quisiera no tener que hablar. Figuras de cera los otros y sobre todo yo, que soy más otra que ellos. Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta.
Rápido, tu voz más oculta. Se transmuta, te transmite. Tanto que hacer y yo me deshago. Te excomulgan de ti. Sufro, luego no sé. En el sueño el rey moría de amor por mí. Aquí, pequeña mendiga, te inmunizan. ( Y aún tienes cara de niña; varios años más y no le caerás en gracia ni a los perros.)
mi cuerpo se abría al conocimiento de mi estar
y de mi ser confusos y difusos
mi cuerpo vibraba y respiraba
según un canto ahora olvidado
yo no era aún la fugitiva de la música
yo no sabía el lugar del tiempo
y el tiempo del lugar
en el amor yo me abría
y ritmaba los viejos gestos de la amante
heredera de la visión
de un jardín prohibido
La que soñó, la que fue soñada. Paisajes prodigiosos para la infancia más fiel. A falta de eso -que no es mucho-, la voz que injuria tiene razón.
La tenebrosa luminosidad de los sueños ahogados. Agua dolorosa.
El sueño demasiado tarde, los caballos blancos demasiado tarde, el haberme ido con una melodía demasiado tarde. La melodía pulsaba mi corazón y yo lloré la pérdida de mi único bien, alguien me vio llorando en el sueño y yo expliqué (dentro de lo posible), palabras buenas y seguras (dentro de lo posible). Me adueñé de mi persona, la arranqué del hermoso delirio, la anonadé a fin de serenar el terror que alguien tenía a que me muriera en su casa.
¿Y yo? ¿A cuántos he salvado yo?
El haberme prosternado ante el sufrimiento de los demás, el haberme acallado en honor de los demás.
Retrocedía mi roja violencia elemental. El sexo a flor de corazón, la vía del éxtasis entre las piernas. Mi violencia de vientos rojos y de vientos negros. Las verdaderas fiestas tienen lugar en el cuerpo y en los sueños.
Puertas del corazón, pero apaleado, veo un templo, tiemblo, ¿que pasa? No pasa. Yo presentía una escritura total. El animal palpitaba en mis brazos con rumores de órganos vivos, calor, corazón, respiración, todo musical y silencioso al mismo tiempo. ¿Qué significa traducirse en palabras? Y los proyectos de perfección a largo plazo; medir cada día la probable elevación de mi espíritu, la desaparición de mis faltas gramaticales. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es soñar. La luz, el vino prohibido, los vértigos, ¿para quién escribes? Ruinas de un templo olvidado. Si celebrar fuera posible.
Visión enlutada, desgarrada, de un jardín con estatuas rotas. Al filo de la madrugada los huesos te dolían. Tú te desgarras. Te los prevengo y te lo previne. Tú te desarmas. Te lo digo, te lo dije. Tú te desnudas. Te desposees. Te desunes. Te lo predije. De pronto se deshizo: ningún nacimiento. Te llevas, te sobrellevas. Solamente tú sabes de este ritmo quebrantado. Ahora tus despojos, recogerlos uno a uno, gran hastío, en dónde dejarlos. De haberla tenido cerca, hubiese vendido mi alma a cambio de invisibilizarme. Ebria de mí, de la música, de los poemas, por qué no dije del agujero de ausencia. En un himno harapiento rodaba el llanto por mi cara. ¿Y por qué no dicen algo? ¿Y para qué este gran silencio?
*
JACOBO FIJMAN / Darío Oliva
¿Y si habla con un cuadro -despersonalizado-
y los ojos
del otro lado le responden
como el oleaje del océano
abrazándolo,
nube o viento,
playa o pájaro,
y entre palabra y silencio estalla,
suda, se quita la ropa
y desnudo camina
veredas que la luna
desmigaja para su sombra,
y escribe poemas demenciales
a carcajadas
en una casa blanca
sin cortinas,
le llamaremos loco
a ese ser descifrable
por su voz quijotesca
en la Biblioteca mayor
de Buenos Aires
-como recuerda Borges en el diario de Casares-?
Yo diría que es un poeta solitario
encerrado en su sabia memoria donde el universo se condensa
y reproduce
en palabras que ni envejecen ni mueren.
Poeta que le ladra
a una luna de bronce
que se desmigaja en la nieve.
La poesía es una usina de locuras
en el átomo de luz
de su lengua y su garganta.
*
FARSANTES EN LA BIBLIOTECA / Silvia Urtubey
“Que otros sean lo normal”
Susy Shock
Cruz diablo qué mañera dormir en el loquero.
Rayas blancas sobre fondo blanco.
La lluvia la tumba el próximo pájaro
aquí, en el segundo piso
atada al monstruo que mata a mi generación.
Cuánto músculo atrofiado cuánto sol
sin mi platito sin mi cuchara sin mi yampú.
A comer se va de la mano de un vampiro
sentados todos a la mesa fea
yo con la yugular expuesta
y un estetoscopio torcido
enroscado en el cuello de la enfermera.
Dan ganas de ahorcarla
y que salga de las olivas del cuenco
el ruido y la furia de su corazón servil.
Tras la enorme puerta clausurada,
en un salón sin ventanas,
la gente chocaba, antes,
su neurosis de guerra
contra un coma insulínico.
Ya no se estila, me dijeron,
pero hay quien se acuerda de todo.
El lomo de un libro muere en su estante
y en la cama de al lado, sin la cofia,
una novicia con las sienes moradas como las de Sylvia Plath
hace pastar, degolladas, a las ovejas de su sueño.
Caracolas negras y mujeres rojas
comen el agua que les dejo
en la sala de laborterapia.
Agua sucia de los pinceles
y de pigmentos
que forman siempre lo marrón.
Manualidades para distraer,
para ejercitar la memoria y el olvido
para acostumbrarse al temblor.
Voy a bordar el contorno del patio
con puntadas de cabeza de toro.
Un puñado de píldoras arañan los labios:
son el arco y la flecha
de mi náusea combatientes
en boca de las otras.
Pinchazos empotrados
también en otras venas.
A todos los demás les tiemblan las manos,
pero a mí no. Estoy aquí por castigo
y el castigo es mirar.
Mirar también arquea la náusea.
No sé si volverme cangrejo,
solenodonte o caballo de ajedrez.
Simulo normalidad
para ganarme la calle:
Arranco flores del cantero
y las entierro en el agua de un frasco
sobre la mesita que hace de ombligo del salón.
Si salgo de aquí
¿Están los compañeros esperando?
¿O viven a la vanguardia de sus besos
correspondidos y ordenados,
catalogados por forma, por color, por tamaño,
por lengua, por humedad,
arañando su cordura hueca?
¿Espera mi madre si yo salgo?
¿O enrolla su lana y teje
y se hace querer por los hijos de otros?
Dormir en el loquero, qué mañera.
Rayas blancas sobre fondo blanco.
Estuve en la lengua de gente que no conocía.
Gente que habitaba el desvarío.
Yo estuve en el DSM II
Sin lenguaje
cortajeada por el goce del sistema.
No hay libros de Fijman
de Artaud, de Sexton, de Pound.
No hay libros de Panero
ni los habría de Marisa Wagner
si ya hubiera escrito Los montes de la loca.
Solo farsantes en la biblioteca del manicomio.
*
EL HOMBRE DE LA TRISTEZA / Gisèle Prassinos
Sugerido por Selva Dipasquale
Se diría que Pedro se come a sí mismo poco a poco.
Se diría que se gasta por dentro y que pronto va a disolverse
bruscamente, en una última convulsión.
Su piel parece muy frágil, y como el único asiento de su vida.
Porque en su interior hay tan sólo noche y aridez.
Su sangre, su corazón, su dignidad, están en esa piel que
se esfuerza por conservar intactos los rasgos de Pedro.
Pedro sólo existe en sus rasgos más sombríos y ahuecados,
con una nuca saliente que lo traiciona.
Toda la tristeza de Pedro está inscrita en su nuca. Una nuca
nacida para la tristeza.
Antes, Pedro tenía cuello, pero no tenía nuca.
Mezclado con la multitud, no se lo ve; pero si vuelve, su presencia estalla.
El hombre de la tristeza ha llegado. Humilde y fatigada, la nuca se pasea.
Ella, la indecente, revela, explica todo lo que el rostro ha logrado ocultar.
Ése es el pobre Pedro.
-Traducción: Aldo Pellegrini-
*
LOS SIGLOS, PADRE… / Alejandro Antoniathis
Sugerido por Margarita Roncarolo
Mi ley pesa fuerte como venganza
tu cuerpo de semental resquebrajado, anda.
Mientras los cajones de tu alma se esfuman
yo sigo esperando un recuerdo antes
una novedad después.
Tu cabeza yace sobre tus piernas
y tus manos sostienen tus errores.
Los siglos, padre, transcurren para ambos
Mis pasos te seguirán sin un adiós.
Pero no me pidas que deje mi corazón
por escuchar tus enigmas sobre Dios.
Si se cruzan las vanidades
y se pierde el cantar de la vida
será porque alguno se extravió.
Los siglos, padre, descansan sobre los dos
Alumbran tu mirar y mi desolación
esculpen con el viento y con la lluvia
una sepultura.
Allá en lo alto de la colina
nuestro eco se encontrará ese día
con los ojos de tu infierno
y con el sentido lógico de mi vida.
Los siglos, padre, nos unen y nos despojan
nos ríen y nos lloran,
nos aman y nos castigan.
Pero sobre todas las cosas
me dicen que soy tu hijo
te dicen que eres mi Padre.
*
Sin Título / Amorina Piel
Sugerido por Liliana María
Cuando pienso en la muerte pienso en el silencio
cuando escucho tu silencio me tiro de espaldas a la muerte
es ahí cuando todos los sonidos me apuñalan
en el olvido de tu nombre
*
ASILO / Pablo Ananía
Sugerido por Leonardo Longhi
El espíritu que merodea
por las habitaciones flota también
en el aire que respiran
árboles, locos. Es su espíritu
de poeta en la penumbra: abatido
por el crepúsculo cae de rodillas,
se abraza, su vientre se hincha
por el esfuerzo, los espíritus
que abraza. Los ojos salidos
ojos de pescado, sedientos
de lectura leen: “Gloria
de lo inviolable, una roja
llama brotó”. Es su espíritu
de poeta en la penumbra,
el límite infinito, la frontera
de todo, la hoguera abismal
donde se queman
sus inútiles libros.
***